Estoy comiendo en un restaurante con unas cristaleras a través de las cuales puedo ver una calle peatonal, estoy en valencia, lleva una semana lloviendo, y veo a la gente pasar bajo la lluvia. Me percato de la importancia del paraguas o, como dicen los asiáticos de Madrid cuando lo intentan vender a la salida del corte ingles los días de lluvia “ palagua “. Yo y los paraguas no nos llevamos bien desde que era niño, mi madre me obligaba a llevarlo al colegio los días que el hombre del tiempo del telediario amenazaba con precipitaciones, pero como nunca acertaba, me llevaba días cargando con el aparato hasta que me lo olvidaba en cualquier sitio, ese día que yo extraviaba el paraguas era el que aprovechaban las nubes para descargar con fuerza sus precipitaciones sobre mi con la consiguiente bronca materna al llegar a casa empapado. Nunca entendí lo de la palabra precipitaciones, por que realmente no se precipitaban en absoluto, siempre esperaban las nubes pacientemente el momento oportuno para putearme.
Veo en esta calle valenciana la gran variedad de aparatos de este tipo que circula sin seguro obligatorio, cosa que deberían de llevar ya que es fácil que una viejecita pueda sacarte un ojo con una de las varillas, los tamaños destacan bastante, hay alguno que parecen que los han cogido de la terraza de un bar, la persona que lleva este tipo de paraguas suele andar muy segura de sí misma, transitando por el centro de la calle y mirando con desdén a los portadores de paraguas de bolsillo. Su vestimenta indica buena posición social, cualquier instrumento sirve para marcar el estatus social. A la derecha veo venir una señora que cojea con un paraguas de cuadritos agarrada al brazo de su compañero o marido, él parece que se ha cansado de ir debajo del paraguas golpeándose debido al rítmico movimiento que la señora contagia al mango del instrumento. La situación no es que haya mejorado mucho, ya que se moja y esta más atento a esquivar las varillas que acechan sus ojos que de evitar los charcos de agua que pueblan el suelo, aunque por lo menos no se llenara la calva de arañazos y hematomas.
Aparece al momento un señor de unos sesenta años, con abrigo largo color beige, lleva un paraguas negro, de apertura automática y con punta metálica de unos quince centímetros que parece estar diseñado para cuando solo llueve y no haya aparato eléctrico. Yo diría que es militar por la forma de coger el paraguas, lleca el mango a la altura de la cintura sobre su cadera derecha, con la mano diestra asiéndola como el que soporta la culata de un fusil y la varilla central apoyada entre el brazo y el pecho, a la vez que imprime a su brazo izquierdo un movimiento marcial, al pasar por delante del restaurante gira la cabeza noventa grados a la izquierda, no se si busca a alguien o solamente es un saludo por si hubiera algún mando de mayor jerarquía.
Pasa una chica muy mona con un paraguas de lunares azules, con unos tacones altos por su apresurada forma de andar, ya que no le veo los pies debido a unos pantalones vaqueros de campana exagerada, de esos que se llevan ahora. Estos pantalones diseñados para arrastrar por el suelo, tienen muchos inconvenientes, a parte de arrastrar consigo todas las colillas y escupitajos del suelo, cuando llueve, debido al efecto spontex, absorbe toda la humedad del suelo, y si pisas un charquito la pernera del pantalón lo deja seco, pudiéndose calcular los litros de lluvia caída midiendo la altura de la mancha de humedad en los pantalones, multiplicándola por el prefijo telefónico de la ciudad donde estés y dividiéndola por la altura de los tacones mas la raíz cuadrada de pi.
Tres señoras se organizan para marchar en un orden preciso variando la altura de los paraguas para que no choquen y formar una estructura colectiva de rechazo al liquido elemento proveniente de cielo, una estructura que imita la formación de los champiñones criados en libertad.
Un señor de unos cuarenta años, aunque llueve abundantemente, lleva el paraguas cerrado colgando del brazo, este va de chulo, va como que se moja por que quiere y le da la gana, por que el utensilio lo lleva y no parece esta roto, que le gusta pasearlo por valencia estos días. Un par de docenas de señoras maduras aparece por mi izquierda, como si acabaran de apearse de un autobús del inserso, todas llevan el mismo tipo de paraguas, como si lo hubieran comprado todas en un viaje a canarias, ahora eso sí, cada uno tiene un estampado diferente en cuanto a motivo y colorido, para no confundirlo a menos que sufran de alzheirme.
Unos chico vienen detrás y ninguno va equipado con el artefacto, los tiempos están cambiando. Luego una niña de unos cinco años con un paraguas con orejas, si como lo digo, un paraguas con cara de ratón y dos orejas, intento ver si también tiene los bigotes y la cola, pero no lo veo, puede que se lo haya arrancado la niña o la misma mamá casada de pincharse con los bigotes.
Ahora caigo que una vez vi un documental en la dos, sobre un constructor de paraguas de madera para evitar los rayos, es increíble este aparato y lo que pude dar de si. En la cabalgata de reyes de Sevilla la gente los lleva aunque no llueva para ponerlos a revés y coger caramelos, es muy fácil perder un ojo en este tipo de eventos multitudinariamente paragüeros que contradice el nombre y el espíritu del uso este elemento. Ya termine de comer, me voy a fumar un cigarrito grande y trompetero.